Chicaque es un parque natural que curiosamente no
es público sino pertenece a una familia, que entendió que la única forma de
conservar una reserva natural no es que ésta esté en manos del Estado; que se
le puede sacar ganancia a una riqueza sin dañar el medio ambiente.
Mientras tanto,
yendo hacia el norte, cerca al municipio de Sopó, aparecen otros bosques. Esta
vez, no como una reserva exclusiva para la contemplación o el turismo pasivo,
sino como la cesión que obliga a los urbanizadores a dejar espacios libres para
la comunidad o para conservar los espacios verdes, los bosques nativos. Es un
proyecto urbanístico conocido con el nombre de Bosques de Granada y Cayundá,
dirigido a aquellos bogotanos aburridos de vivir entre moles de cemento.
Y
vuelvo a Chicaque, a aquella linda experiencia de más de
cuatro horas de andar por los antiguos caminos reales, por los senderos que
sirvieron a colonizadores para llegar a esa mágica sabana. Rodeados de bosques
de niebla, de una densa bruma, un biólogo guía nos va contando el valor de
grandes y pequeñas plantas, de una naturaleza tan imponente como frágil.
Quince
días después, ya no estoy en esa parque vecino de Soacha, son otras
montañas, son otros paisajes. “Aquí hay inspiración divina, y percibo que no
todo tiene que ver conmigo”, explica Luis Enrique Maldonado, promotor del
proyecto quien, mientras caminamos por un estrecho sendero, cuenta como fue la
preparación de este diferente concepto de urbanismo. “Para el trabajo inicial
se construyeron diques y se recogió el agua las de quebradas”. “No se tumba
ningún árbol”, fue una de las condiciones que se le exigió al arquitecto, como
parte de la idea de que este desarrollo busca respetar la decisión de la
tierra. “Hay que escuchar a la naturaleza, porque ella habla” decía Pocahontas,
la indígena de la película de dibujos animados.
Los
robles caracterizan a Chicaque. Y entre ellos se siente la paz de la
naturaleza. Elesfuerzo de los caminantes permite recordar
que somos unos seres más entre las plantas que luchan por sobresalir entre la
blanca niebla. Y el paso firme no se detiene. Entre las escaleras naturales,
vamos sintiendo como la vida se esconde entre los bosques milenarios.
Y
con esa magia que permite volar con la imaginación, voy hacia adelante, a un
proyecto artificial que quiere replicar la obra divina. Granada y Cayundá busca
que el tema del respeto a la naturaleza esté por encima de la gran rentabilidad
de un negocio urbanístico e inmobiliario. Así lo dice su promotor, un hombre
que ha pasado por experiencias como manejar el recurso humano de Coca Cola y
que últimamente lucha por superar un cáncer de próstata.
Por
eso este hombre visionario entiende la importancia de escuchar a su cuerpo y a
los árboles, respetándose a sí mismo y a todos los seres vivos, incluidos sin
duda los bosques nativos, que requieren años para desarrollarse y que tan solo
evitando tocarlos pueden formarse y crecer.
Y
en mi mente veo el refugio de Chicaque, esa especie de chalet, donde los grupos
de caminantes se encuentran para recibir, como premio al esfuerzo, una comida
caliente y la energía para volver a retomar el camino de regreso a la base de
la caminata. Sin embargo no todos vuelven a pie. Algunos prefieren tomar un
campero o un caballo, y, sin embargo la experiencia quedará por siempre en la
mente de los afortunados seguidores de los antiguos colonizadores y de nuestros
hermanos indígenas.
En
los bosques cercanos de Sopó, se da el contraste de la naturaleza frente a la
tecnología. Mientras se busca proteger el bosque nativo, se instala una red de
fibra óptica para poder colocar cámaras y cuidar una urbanización moderna de
unos seres humanos que a veces parecería que olvidarán que su origen también
estuvo en la naturaleza virgen.
Por
eso los diseñadores del proyecto urbanístico de Granada y Cayundá entienden que
tienen una importante obligación que va más allá de los compradores. Por eso,
un elemento clave en el condominio será el sendero construido en el borde de
los lotes, que permitirá que los extraños, los campesinos, estudiantes vecinos,
y, porque no, los citadinos puedan acceder a este hermoso bosque nativo. Como
un aporte al medio ambiente y una manera de compartir con la comunidad el valor
de un bosque que tiene cientos de años y que gracias a estas iniciativas durará
por siempre.